Blog de Joseahfer

Verborrea

27 de agosto de 2022

Me he propuesto escribir durante un máximo de 30 minutos. A lo que salga. En bruto. Supongo que al final cierta presión es lo que me hace avanzar en un mundo que no me interesa ni motiva especialmente, ¿por qué será?, ¿por qué ese apuro me hace actuar?, ¿por qué a veces tardo tanto? Supongo que si nadie es perfecto menos lo seré yo. Llevo años entendiéndome, pensando en cuestiones que a priori podrían ser triviales, implantadas desde la base de nuestra cultura o educación. Al final es como en el colegio. Hay profesores que te enseñan en por qué de algo y otros que te dicen directamente que algo es inequívocamente así porque ya lo han hecho otros, muchas veces sin siquiera mencionar para qué podría ser útil algo. Cómo se nota que soy de ciencias. Aunque siempre me interesaron las letras, desde el propio mecanismo del lenguaje -si bien la morfosintaxis fue forjada en el mismísimo infierno- hasta la filosofía, que en esencia abarca hasta el nacimiento de lo que hoy conocemos por ciencia debido a una revolución científica no tan científica. No recuerdo mucho del tema. Ah, sí, soy de ciencias en esencia. Decía esto porque imagino que las cosas «que son así porque sí» se dará más en ese entorno. Las letras suelen ser más conscientes de sus orígenes, pues muchas de las hoy conocidas lenguas romances derivan del propio latín. ¡Y tienen reglas! Los idiomas tienen ciertas normas que dan forma y marcan su funcionamiento, hasta el fatídico inglés las tiene. Recuerdo estudiar matrices, derivadas, integrales, vectores en el plano, en el espacio y en su puta madre. ¿Pero llegué a aprender alguna vez para qué sirve algo de eso? Las matrices son terriblemente útiles, dicen, desconozco para qué más allá de para aprobar algún que otro papel y obtener alguna que otra nota numérica que, ilusa ella, quiera determinar algo. La vida. La vida es muy curiosa. La gente está con nosotros hasta que decide no estarlo, a veces es algo que ni se decide. ¿No es bonito? Tan errática, con tantas variables. Mucha gente se preocupa por ello, normal que tengan ansiedad, es fundamental dar por hecho que hay cosas que escapan completamente a nuestro control, y que no siempre es algo malo. ¿Los grandes estrategas que hayan pisado este planeta eran grandes eruditos o simplemente tuvieron algo de suerte? Desde luego, ni las máquinas son capaces de tener en cuenta todas las variables a la vez. El saber no ocupa lugar, dicen. Cernuda parece que lo tenía más claro: el saber ocupa lugar, tanto que puede desplazar a la inteligencia. Si bien creo ser bastante inteligente, no soy ningún superdotado, mi mayor virtud en ese aspecto en mi capacidad de almacenar información de todo tipo, como si de una base de datos se tratara. También está, claro, mi capacidad para conectar unas cosas con otras, pues sin ella una base de datos no serviría para nada. Pero soy muy vago. Siempre he sido esa persona que tanta rabia daba a muchos, que apenas tocaba un libro y sacaba notas notables o incluso sobresalientes. Pero ¿de qué sirve una nota en definitiva? No determina nada. No puede. ¿Alguien como yo era mejor que alguien que se esforzara continuamente en sus estudios aunque sacara menos nota? Hay diferentes ramas del conocimiento -y, cuidado, el memorizar nunca ha sido mi fuerte-, pero desde luego algunas premian más que otras ciertas capacidades que pueda tener alguien. Eso, claro, un número no lo puede tener en cuenta, no lo puede englobar, porque directamente quien dictamina ese número lo único que ve es un papel y no lo que hubo detrás de su realización. Pienso que la muerte es como dormir, mucha gente parece pensar lo mismo. Ojalá lo sea. Ojalá no haya más allá de un eterno y merecido descanso después de haber tenido que lidiar con tantos y tantos humanos diferentes, buenos, malos, tercos, amigables, pero sobre todo imbéciles. Imbécil suena muy bien, tiene potencia, es mejor que decirle tonto a alguien, estulto es más culto pero, claro, para entenderlo primero tendría que conocer la palabra, y hablamos de imbéciles. Es importante señalar un pequeño matiz: imbécil no es aquel que no conoce algo, es aquel que no se esfuerza por saber algo. Y, claro, nadie puede saberlo todo. ¿Daría todo lo que sé por todo lo que desconozco? ¡Por supuesto que no! ¿A quién se le ocurriría renunciar a todo aquello que conoce, a todo aquello que le ha permitido ser quien es? ¿Quién renunciaría a su «yo» sino el más absoluto de los necios? Volviendo al lenguaje, volviendo a las ideas implantadas para bien o para mal por nuestra cultura y por nuestra educación. ¿Alguna vez has pensado en el significado literal de «sonarse los mocos»? ¡Es literalmente hacerlos sonar! Qué maravilloso es el lenguaje, qué maravilloso es caer en cuenta de ello, de volver al conocimiento previo y desafiarlo continuamente, comprendiendo por qué algo es así, cambiando de opinión con respecto a algo. Parece que está mal visto cambiar de opinión, ¡y no hacemos otra cosa! Algo tan simple como la comida, de las mejores cosas que puede haber en vida, ¿acaso te gusta lo mismo que te gustaba de pequeño? ¿O ahora te gustan cosas que antes no? Evolucionamos, cambiamos, y con ello no solo nuestra piel sino nuestros pensamientos, nuestras opiniones. Si algo tan elemental está mal visto, no resulta extraño que continuamente nos tropecemos con la misma piedra. Y es importante también escuchar a los que piensan diferente, no porque vaya a cambiar tu opinión, que desde luego puede ocurrir, sino porque no puedes pensar en todas las variables antes mencionadas. Un mismo pensamiento puede venir de diferentes caminos previos y puede llevar a otros tantos posteriores, tú tienes el tuyo y seguirá su recorrido, a veces retrocediendo, a veces avanzando; pero conocer a dónde le ha llevado otra persona un mismo pensamiento es bueno para el propio desarrollo personal. Y se acaba el tiempo. Cómo pasa el tiempo, ¿eh? Tan efímero... cada vez lo va siendo más... La vida.